Selección de Laura Vázquez López

El valle de las neveras

El valle de las neveras abandonadas al borde del risco era el lugar perfecto para aprender a ver fantasmas. Me encaminé con la mochila llena de tomos esotéricos y velas de cumpleaños. Casi abrazaba la montaña con tal de no caer cuesta abajo o ser atropellada por un carro comiéndose las curvas.

          Se encuentra una buena mezcla de enseres blancos, negros y stainless steel. Me asombró lo limpias que se mantenían. Una hasta olía a desinfectante. Opté por una negra General Electric que guardaba piedras alineadas en dos círculos perfectos en la tablilla del medio. Agarré unas piedras más de los alrededores para parar una vela en el centro de cada uno de los aros. Según las instrucciones del texto el proceso tomaría algunas semanas para llegar a su máximo potencial, pero unas notas escondidas entre las páginas aseguraban resultados más inmediatos con modificaciones un poco extremas. Siempre he sido fanática de las pequeñas trampas.

            Mientras trabajaba las nubes decidieron castigarme destapando el sol. Cada verano se me olvida lo agotador que llega ser. Tal vez eso es lo que mantiene el valle tan inmaculado, la desinfección solar. Se supone que esté completamente concentrada en la combinación y orden particular de los conjuros y mezclas de mejunjes pero el valle insiste en atenderle. La grama era sorprendentemente uniforme, casi cultivada. Alineando cada nevera crecía un cuadrado perfecto de flores, cada uno de color diferente. Algunas de las flores no parecían autóctonas, hasta exóticas en ocasiones. Las de la nevera con que trabajaba eran rosas azules. No creo que existan las rosas azules. Las toqué para comprobar y eran muy de verdad.

            Un bocinazo desde la carretera me sacó de mi ensueño. El sol todavía apuntaba ferozmente al valle, pero las velas se derritieron completamente. Las rosas me sobrepasaron, rascando el sol que pareció saciarlas. Empaqué mi mochila y me dirigí de vuelta. Toda la verdura estaba crecía’ sobre las carreteras y los edificios, pero no pareció impedir el día a día. Los carros transitaban sin aguantes y las puertas abrían y cerraban sin complicaciones. Tomé nota mental de todo lo que se impuso en mi camino, eventualmente tendría que aparecer un espectro. Nunca he conocido a un muerto y no pienso que me tome desapercibida. Estadísticamente, algo tenía que caer ya.


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