Reseña sobre Breves peroratas desde campo enemigo (Gacela del Ático, 2021)
Entre 1920 y 1927, mientras abocetaba los versos de Patriarchal Poetry en unos papelitos, y turistas norteamericanos invadían de continuo su privacidad en París, Gertrude Stein constató que la poesía patriotera (a veces denominada arbitrariamente como «poesía de protesta social») aparte de instrumental y rentable, era solemne. Una década después, lo primero que hizo Julia de Burgos en su memorable poema de factura visionaria y «combativa» fue reñirse contra la «grave señora señorona» que no le interesaba ser. En sinónima lucha contra la solemnidad, noel luna vuelve a rechazar la demagogia bien pensante de cada «vate bigotudo» que ha instituido el poema como un proyectil de certidumbres. «Juntapalabras» les llamaba Elena Garro a las mafias intelectuales mexicanas de los años sesenta, burocratizadoras del pensamiento, encorsetadoras del lenguaje, embobadas en los lugares comunes del compromiso, ávidas de consenso y unanimidad. «Ignoran la duda» reiteró Borges al injuriar rivales parecidos, sobre todo cuando el auge de nacionalismos cada vez más cuestionables garantizaba «la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo». Breves peroratas desde campo enemigo es libro de una irreverente levedad que desarma toda autocomplacencia fanfarrona tras los dimes y diretes que las redes sociales estimulan. Si «el Estado narra», como insistió Piglia, a las formas invulnerables de ese discurso autoritario, noel luna opone un económico encabronamiento de la lengua. Tal como se posicionara en La caricia de lo inútil: «La literatura no es un repositorio de buenas intenciones, ni un certamen de simpatías», su estilo guapetón y a un tiempo cantarín indispone al lector, antes que nada, consigo mismo. Desde la plegaria mordaz, hasta ciertas evocaciones excepcionales de Nicanor Parra, de Unamuno o de Susana Thénon, en este poemario opera lo que supuso para Renzi la forma del pensar situado; una pose de combate antipática y antipoética que asedia el campo semántico de la carencia («sin», «nada», «ni», «ningún», «no», «nadie», «sed», «nula») y, con la fogosidad de un cizañero, investiga el lirismo secreto de la palabra «chanchullo». Sin sentimentalizar nuestra precariedad –con un clima brechtiano, comparable al de aquellas «Preguntas de un obrero que lee»– desprograma de buena vez, por vía negativa, ese optimismo populista y santurrón que a fuerza de refranes, sentido común y consignas bonitas a diario simplifica tantas cosas.
Ivelisse Álvarez
Hato Rey, Puerto Rico | agosto, 2022