de Pablo Figueroa
No recuerdo si compré este libro porque cuando me interesa un poeta polaco quiero conseguir toda su obra o si lo compré porque tenía un poema (uno solo) que deseaba, necesitaba, tener en papel para poder hojearlo y releerlo cuantas veces quisiera. Es posible que fuese por ambas razones. Ya tenía la antología de Pre-textos (traducida por Elżbieta Bortkiewicz) y Antenas, publicado por Acantilado igual que el resto de sus poemarios en español (traducidos por Xavier Farré), pero en ninguno se hallaba un poema que había leído hace algún tiempo, que luego de dar unas descripciones sobre no poder escribir terminaba con un final que me arrancó una sonrisa. Afortunadamente, tiempo después, en mi colección están todos los libros de Zagajewski en español y Tierra del fuego (publicado originalmente en Polonia en 1992), no es solo un libro que tiene un buen poema, sino que es un buen libro. En él descubrí poemas como “Yo no estaba en este poema”, “El aeropuerto de Amsterdam” y leí versiones distintas de poemas como “Paseando”, “Un poema chino” y, otro de mis favoritos, “Carta de un lector” (“Demasiado sobre la muerte / sobre las sombras. / Escribe sobre la vida / sobre un día normal / sobre el deseo de orden”). Al poco tiempo me di cuenta que lo compré por un solo poema, “Cambio” y ahora que releo su obra pienso que ese poema reúne toda una poética de Zagajewski. Una poética que el propio poeta explica en otro de sus libros de ensayo (En defensa del fervor) y que incluye tensiones que no se resuelven, revelaciones cotidianas, adjetivación precisa, fina ironía y cierta búsqueda de un fuego, un resplandor del más allá, pero también del más acá.
P.D. el poema:
CAMBIO
Hace meses que no escribo
ni un solo poema.
Vivía humildemente leyendo los periódicos,
pensando en el enigma del poder
y en las causas de la obediencia.
Contemplaba puestas de sol
(escarlatas, muy inquietantes),
sentía cómo callaban los pájaros
y cómo la noche iba enmudeciendo.
Veía girasoles que agachaban
la cabeza al ocaso, como si un desatento
verdugo paseara por los jardines.
En el alféizar se iba acumulando
el polvo dulce de septiembre
mientras las lagartijas se escondían
en los salientes de los muros.
Salía a dar largos paseos,
y deseaba tan solo una cosa:
relámpagos
cambios,
a ti.
– Zagajewski
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